lunes, 6 de octubre de 2025

04/10/2025 Seguimos con dentones madrugadores

 Después de una semana intensa y agotadora de trabajo, sentía la necesidad de buscar mi refugio, mi antídoto contra el estrés: la pesca. 

La noche anterior apenas había conciliado el sueño, pero eso no me importaba; sabía que al amanecer me esperaba el mar y un objetivo claro en mi mente: el dentón.


Me levanté muy temprano y, tras prepararme con calma, a las siete y media ya estaba en el agua, listo para empezar mis esperas. Dejé pasar algunas piezas que en otras circunstancias habría intentado pescar, pero esa mañana tenía la mirada fija en un solo premio.


Pasada media hora, mientras me mantenía a poca profundidad, la paciencia y el sigilo empezaron a dar sus frutos. Sentí el nerviosismo del pescado en el entorno y, de pronto, lo vi: un precioso dentón apareció por mi izquierda, rápido y pegado a las rocas. Apunté con el fusil, pero giró bruscamente alejándose de mí. No moví ni un músculo. Emití unos leves ruidos guturales y, como si hubiera mordido el anzuelo de la curiosidad, el pez regresó. Esta vez giró antes y estuve tentado de arriesgar un disparo lejano, pero preferí esperar.


El corazón me latía con fuerza. Continué inmóvil, apenas respirando, insistiendo con pequeños ruidos hasta que el dentón volvió de frente, decidido. Era el momento: lo dejé acercarse, aguardé el giro perfecto y entonces disparé. El impacto fue certero. En el fondo quedó el trofeo de mi paciencia: un magnífico dentón de 4,5 kilos que ya tenía en mis manos.


Tras esa captura memorable, permanecí aún dos horas en el agua. La recompensa no tardó en llegar: una lubina completó la jornada. Satisfecho, cansado y a la vez profundamente relajado, decidí volver a casa. Regresé con el cuerpo agotado, pero con la mente despejada y en paz, como solo el mar y la pesca saben regalarme.





domingo, 28 de septiembre de 2025

13/09/2025 Denton de record

 Denton de record

Salí al mar con un único objetivo en mente: el dentón.

Llevaba toda la semana soñando con él y necesitaba esa desconexión que solo el agua me da. Las ganas eran enormes, pero las condiciones no acompañaban: mar de fondo, agua turbia y poca visibilidad. Cada espera se hacía eterna, cada inmersión parecía sin premio.

Tras casi dos horas de insistencia, llegó el momento. En la penumbra, por mi derecha, apareció con toda su fuerza el pez que había estado esperando. No tuve tiempo de pensarlo demasiado: lancé un disparo rápido, instintivo, sin saber si había sido certero o no. Sentí al dentón arrancar con esa potencia brutal que lo caracteriza y, de inmediato, el hilo se enredó en la cabeza del fusil. Temí perderlo.

Con calma conseguí desliar el nylon y le di espacio para correr y esconderse. Fue un instante eterno, cargado de tensión. Finalmente, en la recuperación descubrí que el tiro había sido bueno, limpio, y la captura estaba asegurada.

En ese momento llegó la relajación, la paz. Pude admirar con calma la belleza de aquel pez, sentir la satisfacción de la espera recompensada y el peso liberador de la semana que dejaba atrás.

Aquel dentón no fue solo una captura: fue un respiro para el cuerpo y la mente, un recordatorio de por qué amo tanto este deporte.