Salí
al alba, como siempre.
Esa
desconexión necesaria de la rutina diaria, ese momento en el que el silencio
del mar reemplaza el ruido constante de la vida. Agradezco a mi familia por
permitirme regalarme este tiempo, por entender que estas salidas son mi manera
de recargar energía.
La
jornada comenzó de forma extraña. En el primer lance, durante una espera
tranquila, veo por mi derecha, entre un banco de lisas, una bonita lubina. En
un giro casi imposible —cual contorsionista al estilo Matrix— consigo apuntar
y, aunque el disparo fue algo bajo, resultó efectivo. Primera pieza del día
asegurada.
Sigo
buscando un buen dentón. Pasan más de tres horas recorriendo distancia,
haciendo más de cien esperas… El cansancio empieza a pesar en el cuerpo, y
decido emprender el regreso. En una de las últimas esperas, entre mucho pescado
pequeño, noto un movimiento: parece un dentón joven. Me mantengo quieto, la
espera se hace larga, y de pronto aparece una preciosa dorada. Apunto con mi
Predator S, disparo y logro recuperarla sin dificultad.
El
resultado del día: un par de buenas piezas y una lista de reparaciones
pendientes —el reloj, la linterna y el soporte de la cámara no salieron bien
parados—. Pero más allá de todo eso, me quedo con lo más importante: la
sensación de haber vuelto a disfrutar de mi entorno favorito, lejos del estrés
y los nervios de la rutina.
Estas
pescas son las que me llenan de energía para seguir día a día, siempre con el
apoyo y el amor de mi familia, a quienes les debo todo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario